Vallejo y Ernesto More |
El folklore, la artesanía y el turismo han sido actividades que hasta hace poco, se realizaban espontáneamente. En los dos primeros intervenía casi en un ciento por ciento, el sentido de creación del pueblo. En menor proporción, la naturaleza. En el turismo influye en porcentaje considerable, la naturaleza. La belleza, las peculiaridades del paisaje. Como complementos de esa belleza, refuerzan el atractivo del turismo la obra del hombre del pasado, en la arquitectura, en las artes, en la artesanía y en el folklore, en sus diversas modalidades: música, danza, costumbres, alimentación, etc. El folklore y la artesanía, creaciones espontáneas de los pueblos, han nacido, por esa su característica esencial, asimismo, han seguido desarrollándose legítimamente, al margen del proceso capitalista, ese reino de Midas que transforma en oro todo lo que toca deshumanizándolo.
Pero la espontaneidad, ignorante de la propaganda, del réclame mantenía esas actividades surgentes, en estado de aislamiento para usos locales, en gran parte para celebrar con entusiasmo, con fervor panteísta o religioso, la unión del hombre con la tierra, cuando éste cumple el acto supremo de arrancar aquella el fruto de su esfuerzos en la faena agrícola, o cuando el hombre, para agradecer a la tierra el regalo vital y constante que le asegura la existencia, se confunde, en cumplimiento de una ley inevitable, con el polvo.
El folklore y la artesanía así nacidos, transmitiéndose de una generación a otra, desinteresadamente, venían a constituir esa misterios argamasa que da unidad, en el fluir del tiempo, a la vida y obra del hombre, formando lo que llamamos la nación y la patria. Por eso es que muchos, así como son opuestos a que modifiquen el himno o la bandera tratan de mantener intangibles esos símbolos.
Un hombre no es idéntico a sí mismo, durante toda su vida. Se modifica en tanto que vive, somática y espiritualnente; pero el cambio que se produce en él, por ser orgánico, no atenta contra su personalidad, que sigue siendo la misma. Y siendo el folklore obra del hombre como ente colectivo, esta sujeto, con mayor razón, a mutaciones que no alteran el mensaje que porta en su seno.
Pero todo esto varía en cuanto el folklore comienza a sentir la influencia del capitalismo; en cuanto el folklore, que nace, se desenvuelve y vive espontánea y desinteresadamente, se convierte en mercadería, y todos los que en él participan se esfuerzan por transformar la maravilla que existe en el mensaje imponderable, en algo palpable y contante. Entonces, ese folklore, sometido a la acción de una fuerza interesada sufre modificaciones que equivalen a otras tantas heridas de muerte.
Por lo general, la gente se interesa por el folklore con un sentido puramente recreativo. Por medio de él, se siente incorporado a la sociedad del terruño mismo, o devuelta a sus años juveniles o de infancia. Pero los menos advierten que el folklore, al ensamblar las fuerzas espirituales de un pueblo mejor de lo que puede hacerlo la bandera o el himno, constituye la fortaleza invisible de la patria, la mejor defensa contra los intentos de dominación de una nación o de intereses extraños. Porque de nada sirve un fusil en manos de quien carece de sentimiento y de emoción de patria, que no los dan el conocimiento de las fronteras ni de la geografía de su país.
Bailando su huayno natal, el joven se está preparado mejor para esa defensa que haciendo ejercicios militares. Hay instantes de jolgorio que representan para toda a vida la tierra, la familia, la amada y el entorno inicial del hombre. Por eso, hacer conocer el valor del folklore a través de sus infinitas peculiaridades, es obra bella, humana y patriótica.
Ernesto More