Los qochaqoe, esos kuyes de agua, antiquísimos abuelos de los kuyes de hoy deben haberse sentado sobre las patitas para asistir a los ensayos de las danzas de la Candelaria. Lo mismo el viento que se ríe de cuanto ser viviente quisiera hacerle competencia cuando corre por las llanuras abiertas, nadie más veloz que él. Ídem, los qeles que a veces sacan las cabecitas curiosas entre los juncos del lago para ver como los caminos se pueblan de júbilos y colores con el revuelo de los sombreros, las monteras y las polleras andinas. Entre el domingo pasado y el de hoy han sido más de veinte mil bailarines y bandas que conmovieron la tierra del Titiqaqa, el lago navegable más alto del mundo. Todos sus caminos desde los más apartados se llenaron de música y de giros, nervio y movimiento, volcándose en el estadio Torres Belón para prender una llamarada en las pupilas de la Candelaria.
La primera vez que llegué a Puno, un inolvidable dos de febrero, me encantó la presencia de los conjuntos que asistían, tímidamente, con una Ave María musitada en las puertas de su iglesia. En años posteriores fueron aumentando las octavas vestidas de sedas, bayetas, cintas labradas y encajes o de máscaras alucinantes con ojos de foco y bichos avernales, morenos con enormes pipas de tabaco sobre las bembas coloradas, mujeres con ricos pejes nadando sobre su pecho, polleritas coquetas imitando las ondas de su mamaqocha, que encandilan las miradas de pobladores, viajeros y peregrinos. Un río espectacular de tundiques, llameradas, waka-wakas, kallawayos, morenadas, tuntunas, sayas y diabladas. No hay mundos paralelos en la Entrada y en la Despedida porque de veras no puede ser, son uno. En las puertas de su casa la Candelaria recibe el multitudinario homenaje de los bailarines. Suerte de la Mamita de la Candela del Parque Pino que los arrastra tras el borde de su manto celestial, mientras sigue olvidada la Fundadora, como hace siglos, después de proteger a sus devotos cuando se derrumbaron galerías en la mina de Santa Bárbara, de San Luis de Alba, la fabulosa ciudad minera. Para entonces no existía Puno, nacida luego en Puñuypanpa, la Panpa del Sueño. Ella, según la leyenda, hizo retroceder a cientos de diablos, candela viva, que aparecieron para llevarse a los mineros atrapados. Si quieren conocerla está en la Basílica Catedral, con dos rasguños, uno en la mejilla y otro en la mano, que se hizo al levantar unas vigas, puro amor, pura bendición. Lo de hoy, 2016, estuvo entre devoción y espectáculo soberbio, enceguecedor, a tono con el título de su Festividad: Candelaria, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Los puneños adoran bailar, a rabiar. A nosotros nos encanta también.
(Tomado de: Mundo de leyendas blog de la Doctora Alfonsina Barrionuevo)
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