domingo, 30 de abril de 2017

Aniversario de Acora

Chullpas de Molloco (Acora, Puno). Crédito Foto
Escribe: W. Jony Rodríguez Arizaca | LOS ANDES 7 FEB 16

La temprana historia colonial del pueblo de Ácora ha iniciado desde las primeras décadas del Siglo XVI. Para bien o para mal quedó registrada en numerosos documentos coloniales entre los que destacan las ordenanzas, crónicas, informes de visitas, diarios de buscadores de rarezas y anecdotarios, que permiten completar la mirada histórica de este pueblo.

A saber, la historia colonial de los Lupaca y la de Ácora, por ser integrante de ella, comienza con el arribo de los primeros españoles al Collao. Fue "avistada" allá por el año 1533 por los primeros españoles que habían arribado al Collao: Pedro Martínez y Diego Agüero de Moguer, quienes en los primeros días del mes de diciembre del mismo año, y por encargo del propio Gobernador Francisco Pizarro, llegaron desde el Cusco para explorar el Altiplano y, más tarde, descubrir el Titiqaqa y dar la vuelta a todo el lago en 1534. Esta expedición quedó registrada por el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara (1544)[1] y también en la crónica de Pedro Sancho de La Hoz: “Relación Para Su Majestad” en 1534[2] y por Pedro Pizarro: relación del Descubrimiento y Conquista del Perú en 1571[3].

En­ esta primera expedición se dice que también estuvo el religioso dominico fray Tomás de San Martín[4], aunque Mendiburu refiere que fue uno de los primeros en llegar al Collao[5], sacerdote a quien se le atribuye, aparte de fundar la Universidad de San Marcos, haber dejado establecidas las iglesias de su orden para el adoctrinamiento de los nativos en Chucuito, Ácora, Ilave, Juli, Pomata y Zepita, entre 1534 y 1538[6].

De esta manera, hacia 1535, ya se tenía la relación de la provincia del Collao y sus comarcas por estos españoles que fueron enviados a él. Los informes y noticias de riquezas fabulosas harían que la codicia los siguiera empujando más hacia el sur. Así, con la desesperación de encontrar oro, derribaron elegantes edificios y se dirigieron al Collao.

El cronista Pedro Pizarro (quien de niño habría sido el paje del Marqués, fue obligado por el virrey Toledo a escribir lo que de la invasión traía memoria), recordaba: “Almagro... el día que de el Cuzco salió, se quemó la mitad dél, y así fue con su partida todo el Collao, porque esta gente que llevaba de Guatimala y de don Pedro de Aluarado y ban rrobando y destruyendo por donde pasauan, que venian vezados de aquellas partes, según se entendió de ellos mismos,…estos inventaron la palabra ranchear que en nuestro común hablar es robar”[7].

Efectivamente, fue el 15 de julio de 1535 en que la comitiva de Almagro con dos indios, el uno Paullo Topa, hermano del Inca Manco, y el otro Villac Umu, gran sacerdote de la nación, fueron enviados delante con tres españoles para preparar camino al pequeño ejército. Púsose después un destacamento de ciento cincuenta hombres a las órdenes de un oficial llamado Saavedra quienes ocuparon Chucuito, realizando saqueos en poblaciones cercanas al pasar por Ácora cuando se dirigían con dirección a Chile. Esto pudo ser observado por Pedro Cutimbo, personaje que gobernó Chucuito por dieciséis años consecutivos[8].

Es de suponer que estos ejércitos españoles, tanto de Saavedra y Almagro, tuvieron que haber hecho alguna parada en Ácora, por ser ésta el paso obligado en la ruta del gran camino Inca. Podríamos confirmarlo con la carta que el capitán Saavedra, fechada en Chucuito el 16 de setiembre de 1535, dirige a Almagro, quien estaba aún en el Cusco, en la que le dice que apure su salida a Chile y se haga cargo de la expedición, cuyo éxito aseguraba[9].
Así, mientras Pizarro se quedaba en Cusco, Almagro con la ansiedad de tener mayor fortuna que Pizarro, dirigía personalmente la vanguardia de la expedición que marchaba a conquistar el reino de Chile. Partió del Cusco con dirección al Collao (Chile) acompañado por cincuenta soldados y llevando, a la fuerza y bajo amenazas de degüello, a cuatrocientos indígenas para que cargaran los pertrechos. Cruzó el altiplano en dos oleadas, produciendo en cada una de ellas graves daños al requisar alimentos, vestidos, animales y quemar a algunos caciques (Pedro Pizarro, Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú)[10].