lunes, 16 de junio de 2014

La Escuela luego de la Guerra del Pacífico


Parque Pino (Puno)
Del libro "Historia de la Educación en Puno" de José Portugal Catacora presentamos extractos del capítulo sobre la escuela puneña luego de la guerra con Chile, al que hemos añadido fotos y notas. 

Es poco conocida la participación de los patriotas puneños en este conflicto, aunque la segunda plaza principal de la ciudad de Puno lleva el nombre del Dr. Manuel Pino (15-12-1927 - 15-01-1881), insigne hombre de leyes quien participó y murió en la batalla de Miraflores en la defensa de Lima. Un importante trabajo del Dr. Nuñez Mendiguri ha rescatado el aporte de Puno en suministros a las lineas de defensa del Perú en el sur y en especial su contribución con numerosos hombres y mujeres, la gran mayoría campesinos quechuas y aymaras, a las fuerzas patriotas [1].

La educación en general del país, en sus tres niveles, renació sobre los escombros de la guerra con Chile. Carente de recursos materiales, sin embargo estuvo impulsado por una fuerza espiritual más fuerte que la fuerza que proviene de la energía material.
En locales destartalados, sin muebles y sin ningún elemento didáctico para niños, volvió a trabajar la escuela peruana como yerba sobre el campo eriazo.
En Puno la escuela surgió igual que las demás. Dos maestros personificaron a los educadores que le dieron vida a estas es­cuelas: don José María Miranda [2] y don Eduardo Pacheco. Si hubo al­guie
Libro del Dr. Mario Edmundo
Nuñez Mendiguri (2012)
n más, no dejo huellas como éstos.
La práctica del chauvinismo
Es indudable que la filosofía de la escuela de post-gue­rra del Pacifico fue chauvinista. Acaso fue la única vez en la historia que se utilizó el chauvinismo como instrumento educativo para formar el espíritu patriótico. Pero se redujo a menos de un cuarto de siglo.
Pues el Perú fue, es y será siempre un pueblo pacifis­ta, ya que por este espíritu los conflictos que, por razón de límites, hemos tenido con nuestros vecinos de los cuatro lados, siempre hemos arreglado, cediendo materialmente, es decir, sacrificándonos.
El chauvinismo se practicó en las escuelas de Puno en una forma emocionalmente perseverante. Cada día, al ingresar a las aulas, después de entonar el himno patrio con fervor, se re­petia con énfasis "Tacna, Arica y Tarapacá, del Perú son. Viva el Perú, muera Chile."
Durante los años que siguieron a la terminación de la guerra miles de voces infantiles han repetido esta frase y a e­llos se redujo el chauvinismo que se torno, poco a poco en algo mecánico hasta que se diluyo en la nada andando los tiempos.
Los planes de estudios
Si bien la elaboración de los programas estaban librados a la concepción libre de quienes conducían los planteles educaciona­les, el contenido de ellos no incluía nada especial que reflejase el chauvinismo de que hablamos; pues dichos planes de estudios no contenían cursos que sirviesen de instrumento al espíritu chauvinista.
Los educadores de aquella época conocían poco o nada de pedagogía; por tanto, la enseñanza era muy rutinaria. Los niños estudiaban la mayor parte de libros, como la gramática de Salazar, la historia de Caivano o la psico­logía de Jaime Balmes, en forma mecánica, memorizando páginas y páginas con puntos y comas, muchas veces sin entenderlo.
Hemos oído a nuestros padres repetir páginas de la historia de Tomas Caivano y todavía hemos conocido algunos textos como aquello de “lecciones de cosas" que eran un texto que contenía la mayor parte de las Ciencias Naturales concebidas en forma global.
Interesante obra sobre los aymaras
en el plebiscito por el retorno de Tacna
y Arica al Perú en 1921 .
Si bien aquellos maestros enseñaban en forma poco didáctica, en cambio, creemos con seguridad que eran educadores por intuición. Aunque su concepción era puramente formal y moral, cuidaban del comportamiento de los niños, las buenas maneras y costumbres, la higiene personal y el cumplimiento de la hora, con verdadero celo hasta rayar en imponer fuertes castigos a los niños de conducta "mala ó regular". En el aspecto cultural cuidaban que el niño sepa leer y escribir y las cuatro operaciones matemáticas más que los otros conocimientos.
Por ejemplo, cuidaban que los niños leyeran el “mosaico” porque en aquellos tiempos no se usaba la máquina de escribir y era más práctico que la escuela enseñara a leer las numerosas clases de letras con que la gente escribía.
Podemos afirmar sin temor a dudas que aquellos maestros, eran más educadores que nosotros en esta época, pues eso significa el cuidado de la conducta. Lo único que habría que reprocharles es el uso del castigo. Pues en esto había formas diversas de imponerlo desde la palmeta, hasta los cuartos lle­nos de calaveras.
Maestros Miranda  y Pacheco
Desde 1884 en que se reabrieron las escuelas hasta 1904 en que Juan Manuel Polar, como ministro de José Pardo, sistematizó la organización y funcionamiento de los planteles educativos, pasaron posiblemente varios maestros por las escuelas de Puno, pero la memoria social conserva mejores recuerdos de la acción de dos maestros y no de todos, porque esos dos maestros impusieron el signo de su personalidad en su obra educativa. Estos fueron Don José María Miranda y don Eduardo Pacheco.
José María Miranda  nació en Puno, era miembro descendiente de una de las familias de mayor raigambre puneña y, por tanto, insuflado del más acendrado cariño por la tierra y por la patria; dos senti­mientos que demostró plenamente en su vida posterior.
En su primera juventud fue testigo presencial de la cruel y despiadada invasión chilena al Perú. La remembranza de los ultrajes que sufrió en carne propia engendró en su espíritu un indisimulable odio por Chile, que afloró con sentimiento sincero en la orientación que dio a la escuela cuando le tocó la suerte de ser maestro. Muy Joven asumió la dirección de la única escuela popular que existía en Puno; al reabrirse esta después de la guerra del 79, le toca en suerte reconstruir la escuela destruida por los chilenos. Sobre los escombros de la guerra abrió su escuela en 1884, sin local y sin muebles, pero con esfuerzo denodado volcó todo su empeño y la escuela insurgió y los niños puneños acudieron a sus aulas y sus enseñanzas.
Su mayor preocupación fue preparar a los nuevos puneños y peruanos para rescatar Tarapacá, Tacna y Arica, que se nos despojaron injustamente. Aunque en todos los planteles se repitieron, posiblemente fue él quien acuño aquellas expresiones para hacer vibrar el patriotismo de las generaciones que educaba: "Tacna, Arica y Tarapacá del Perú siempre serán. Viva el Perú. ¡Muera...Chile!
Cuando más tarde fue elegido diputado por Puno, en el parlamento insistió en su idealismo, desde el punto de vista político. Pero la política internacional y la presencia mediadora de los Estados Unidos, se sobrepuso a la política de Miranda.
Hoy, ya nadie piensa en el rescate, aunque la descon­fianza en la actitud de Chile, renace en todo momento; parece que el destino de los pueblos de América, especialmente del sector Andino, cambiará y los ideales de Bolívar acaso se tornen en realidad.
De Eduardo Pacheco se sabe poco o nada de su nacimiento y su niñez. Lo único que se sabe de él es que fue un maestro a carta cabal. Desde muy joven se inició, en la escuela de Miranda y de él heredo el patriotismo chauvinista con que insufló su labor.
Cuando Miranda fue elegido diputado, Pacheco tuvo su propia escuela y por sus manos discurrió la vida infantil de de­cenas de generaciones.
Le llegada de Encinas a Puno y el auge que tomó la Es­cuela 881 bajo su dirección absorbió a la niñez puneña y Pacheco tuvo que cerrar su escuela, pasando a ocupar un auxiliarato en el plantel 881, donde aún hemos tenido la suerte de conocerlo [3].
Pacheco y Miranda, le dieron la misma tónica chauvinista a la escuela peruana de post-guerra en Puno, pero Pacheco era más docente que Miranda. La prueba está en que Miranda resbala hacia la política que siempre desnaturaliza al maestro, los bue­nos maestros que llegaron al parlamento, salvo Encinas, siempre distorsionaron su personalidad por lo menos en el consenso social. En cambio Pacheco siguió en su puesto de lucha, como los antiguos espartanos hasta caer sobre el escudo.
Las escuelas de Miranda y Pacheco exigen unas páginas en la historia de la educación de Puno y del Perú. Con este criterio emocional juzgamos la obra de la es­cuela de post-guerra del pacífico, dirigidos por estos dos edu­cadores guiados por el mismo idealismo.
Miranda y Pacheco fueron dos héroes civiles porque so­bre los escombros de la guerra levantaron una escuela, la sostu­vieron y le dieron prestigio y prestancia.
Hubo en la vida y la obra mucho de sacrificio y hasta de heroísmo. Pues, educaron en tiempos en que el erario nacional no contaba con un centavo, pero las nuevas generaciones exigían a gritos educación. Como en su niñez asieron la leche con amor, sin plata, pero con gran espíritu humano y nacionalista.

NOTAS

[1]  En un libro muy bien documentado, Nuñez Mendiguri señala el aporte económico y material de los hacendados de Puno y de la población en general. En especial destacan sus referencias al aporte de las mujeres que organizaron en muchos pueblos talleres de producción de uniformes entregados gratuitamente.  "Un rol muy importante de las mujeres durante la guerra fue el de las mal llamadas rabonas, mujeres que acompañaron a las tropas...estas mujeres quechuas y aymaras que descalzas siguieron el desplazamiento de la tropa durante las batallas de Tarapaca, siguiendo al batallón Zepita N° 1 y más tarde al batallón Victoria N° 15 en Arica y Tacna, también estuvieron en la batalla del Alto de la Alianza". (Nuñez Mendiguiri, Puno 1912).

[2] José Maria Miranda fue maestro de José Antonio Encinas quien lo menciona y reseña su labor en "Un Ensayo de Escuela Nueva en el Perú".

[2] Pacheco fue profesor de José Portugal Catacora cuando éste terminaba la primaria en 1926 y cuenta esta anécdota en el libro: "Un día me asomé a la puerta de la clase del maestro Pacheco, los niños, en un griterío de más de cincuenta voces, le pedían ¡cuento! ¡cuento!.  Y el maestro, no sé si porque se le agotó el repertorio o por que debían hacer otra labor, se desgañitaba gritando su negativa, sin lograr poner el orden. Tímidamente entré y le dije, yo puedo contarles cuentos, señor...Les conté unos de esos cuentos largos que nunca terminan y los niños estuvieron calladitos...Desde aquella tarde frecuentemente iba a contar cuentos a los niños del maestro Pacheco, quien cierto día me toco por el hombro y me dijo: El que sabe contar cuentos a los niños puede ser un buen maestro; porque no te dedicas a ser maestro, más tarde. La insinuación del maestro fue indudablemente profética".