I
Antes
de que las sombras nocherniegas se disiparan, i apenas el alba roja se insinuó
sobre las encrespadas cumbres cercanas, se sintió por las calles los sones estridentes
de unas cornetas echadas al vuelo. Eran los niños escolares que así despertaban
a sus compañeros para emprender una excursión.
Las
pasivas gentes de! pueblo se estremecieron de terror, al pensar en que tal vez
se repetía la sublevación indígena de hace diez años, o en la llegada de algún
batallón revolucionario, pues tan frecuentes eran las revoluciones. Pero cuando
se percataron de la verdad, se dijeron para sí: —Qué
no han de hacer esos chiquillos del Centro Escolar.
A
las seis de la mañana ya estuvieron reunidos en el local escolar más de un
centenar de niños i minutos después, al mismo tiempo que el sol se elevaba en
el horizonte a grandes saltos, como una perla de plateados destellos,
abandonamos el pueblo todavía soñoliento. Solamente las gentes matinales i
algunos noctámbulos nos vieron partir.
Los
niños mayores iban a pie, equipados como andinistas i los menores iban montados
en unos pequeños caballos, de esos que en la sierra llamamos chojjchis que venían muy bien al
tamaño de los niños más chicos. I todos, en suma— maestros i alumnos — íbamos
poseídos de una alegría radiante, a tono con las horas fulgurantes de la madrugada.
Una
suave brisa pampera nos inyectó de fuertes energías la caravana inició su caminata por en medio
de una pampa cubierta de pajonal dorado.
El
camino semejaba a un haz de pequeñas víboras en marcha hacia las cumbres
milenarias.
A
poco, en una hondonada de pasto-esmeralda, una majada de vacas lecheras pacía
como una floración de muttiphatas gigantescas.
Más
allá, una manada de oveja, blancas como
los cirros del cielo andino, serpeaba por una ladera amarillante. Luego,
por cimas empinadas pastaban llamas, alpacas, huanacos, vicuñas solitarias, que
movían la cabeza cual si quisieran saludarnos con profundas reverencias.
Llegamos
al pie de la primera cumbre i cuando nos disponíamos a tomar un ligero
refrigerio, las notas eje un charango, de esos charangos que ríen, lloran cantan las miserias de la raza andina, hirieron
dulcemente nuestros sentidos. Todos los niños aguzaron el oído i como si
estuvieran al frente de un escenario, aplaudieron frenéticamente; mientras el
indio que rasgaba los bordones de su alma hecho cuerdas de charango, hacía su
aparición sobre la apacheta (3), un
cóndor gigantesco hendía los aires, como si con su soberbio pico quisiera
descorrer el telón ' amatista de aquel escenario majestuoso.
Tras
el descanso, la caravana continuó su caminata. Trasmontamos la primera cumbre,
luego otra i otra, hasta el fin.
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