sábado, 4 de febrero de 2012

Carabaya y Macusani

Del libro "Puno Tierra de Leyenda" de José Portugal Catacora extraemos estas dos bellas leyendas sobre Macusani y Carabaya, con ocasión del aniversario de esta provincia. Las fotos son del libro "Carabaya, paisajes y cultura milenaria" de de Rainer Hostnig.   

LA REYNA MACUSA Y LAS LAGRIMAS DE LA LUNA
Nevado Allencapac
Allencapac el rey de la región, desde su palacio, la chujlla mayor de la comarca, contemplaba el paraje cu­bierto de blanco con angustiada tristeza, viendo cómo la na­turaleza perecía inevitablemente bajo la fuerza destructora del invierno y sintiendo cómo no podía hacer nada ante aquella tremenda vorágine de frío, por la salvación de Ma­cusa, su regia consorte, que se debatía atacada del mal de frío, entre estornudos y toses que le destrozaban las fibras del pecho, hasta hacerle fluir borbotones de sangre.

En estas álgidas circunstancias llegó el cóndor a la cabaña, entró en ella y al encontrar al rey abatido y a la reyna postrada y casi agónica, ofreció sus servicios.
—Mi esposa Macusa se muere. Ayudadme señor de los aires. Id a buscar a los más sabios curanderos de la comarca—le dijo el rey.
—Oh, buen rey de los poderosos; vuestros vasa­llos han sucumbido y los pocos que quedan se debaten, presas del mal que aqueja a vuestra esposa.
—Acaso es entonces inevitable la muerte de Macusa? ¡Oh, destino cruel!—se quejó dolido Allencapac.
—Pero iré en busca de un curandero, no importa hasta el fin del mundo.
Siguió volando hasta los valles de los Yun­gas y allí encontró a dos curanderos: Huamanlipa y Cho­quecalla. Ambos fueron contratados por el cóndor y traí­dos sobre sus amplias espaldas a las cordilleras donde moraban Allencapac y su consorte.
Los dos curanderos acudieron con suma eficacia y la reyna se curó milagrosamente. Y cuando ya estuvo sa­na, rogó a los curanderos que también curaran a sus va­sallos. Pero aquellos se negaron. Por eso cuando quisie­ron retornar a sus lares de procedencia, el cóndor también se negó a conducirlos.

Los curanderos, tercos y volun­tariosos, desafiando a las tormentas y el frío, partieron. Más, antes de que trasmontaran la próxima cumbre pere­cieron. Huamanlipa fue el primero en caer, anonadado por la crudeza del frío, antes de subir la cuesta. Y Choquecalla, cayó precisamente al cruzar la cumbre. Cuando el rey y la reyna advirtieron lo ocurrido, salieron para soco­rrerlos; pero, oh, sorpresa: los cuerpos de los curanderos fallecidos habían desaparecido inexplicablemente. Y en los lugares donde se encontraban visibles huellas de la marcha truncada y de las caídas de muerte, brotaban a pesar de la nieve, dos extrañas plantas. Al pié de la cuesta había bro­tado una de hojas muy verdes y de flores amarillas y rojizas. Y en la cumbre había brotado una pequeña y espinosa.
Sin duda un misterioso sortilegio se cernía sobre el destino de aquellos hombres, y en favor de los enfer­mos de la comarca.
Así comprendió la reyna Macusa, y recogiendo a­quellas yerbas empezó a recorrer cabaña por cabaña. En cada cabaña que encontraba enfermos, el zumo de aque­llas yerbas obraba el milagro de restituirles la salud instantáneamente.
La acción de Macusa había sido tan esforzada y sacrificada y el poder curativo de las yerbas muy prodi­giosa.
Al declinar el invierno, todos los pobladores de la comarca gozaban de salud.
Pero un día cuando se dirigía a una cabaña muy distante, situada en las más frías regiones de la comarca, al subir unas lomas escalonadas y levantadas al cruzar un torrentoso río, se sintió desfallecer, atacada de un mal desconocido, el mal de altura y murió instantáneamente.
Cuando Allencapac fue a buscar a su esposa, en­contró que también su cuerpo había desaparecido.
Sólo una planta de hojas menudas y flores perfu­madas, de colores rojos y amarillos crecía en el lugar en que se debatiera y cayera para no levantarse más.
Allencapac consternado de dolor ante la misterio­sa desaparición de su amorosa esposa, abandonó su palacio señorial de las alturas y en aquel mismo sitio levantó una cabaña rústica, estableciéndose allí para cuidar y cultivar la planta númen de la memoria de la reyna, con el mismo ca­riño que le profesara en vida.
Aquella planta poseía la virtud de curar todos los males. Los naturales de aquel entonces le llamaron Macu­sa, creyendo trasmigrada a ella el alma buena de la rey­na desaparecida. Y al lugar donde ella crecía llama­ron: Macusani.
Así nació el nombre del lugar donde hoy se levan­ta la ciudad de Macusani, solitaria como la primitiva ca­baña en que pasó sus últimos días el rey Allencapac, edi­ficada sobre 4,336 metros de altura sobre el nivel del mar, como un nido de cóndores y envuelto en el frío cordillerano que hoy como ayer sigue atormentándolo.
Y aunque la planta ya no existe o tal vez ha cam­biado de nombre, ella es símbolo de sacrificio y de vidas que se trasmigraron para resistir los males que aquejan a los hombres de las alturas en su lucha tremenda con la naturaleza.
***

Desde aquella contienda apocalíptica en que Pachacamac, el dios del bien había triunfado sobre Aucca el dios del mal, éste vivía en las entrañas ígneas de la tierra, a donde lo había arrojado aquel, rumiando su amar­gura de vencido y buscando sin cesar la oportunidad para vengarse de su vencedor.
Pero un día Usicayos, osado hijo de los Chayas, re­solvió enfrentarse al Aucca que tanto aterrorizaba a los hombres y así lo hizo. En la actitud resuelta de Usicayos encontró Aucca una oportunidad para poner en juego su plan de venganza. Y le habló de este modo:
—Qué haces desdichado que no asumes tu misión de dirigir todo lo creado? Pachacamac está ya muy viejo y debe ser reemplazado.
—Pachacamac es eterno, contestó el joven Usicayos.
—Eso cree él. Pero cuando alguien le demuestre que es capaz de hacer todo lo que él puede no le quedará más deseo de seguir viviendo y nosotros seremos libres.
—Y cómo crees tú que alguien pueda hacer algo de lo que él sólo es capaz?—inquirió el joven.
—Es muy fácil—insistió Aucca—Consigue la esen­cia de los tres seres: el llampu, la cccoa y el sihuairo, con ellos podrás hacer maravillas—Usicayos experimentaba un gran temor, pero al mismo tiempo una fuerza extraña le impulsó a hacer lo que le decía Aucca. Era el espíritu del mal que se le estaba apoderando y por eso inquirió:
—Pero qué debo hacer para conseguir las tres esen­cias de que me hablas?
—Muy sencillo: mata una llama y sácale la grasa de sus entrañas; arranca la huira ccoa y exprime su médula: penetra en las grietas de los cerros y extrae el sihuairo. —Pero tú me mandas a destruir y sólo ello está permitido a quien nos ha creado.
—¡Insensato! ¿No ves que con las tres esencias ad­quirirás todo el poder que quieras?
Usicayos se estremeció de espanto. Un escalofrío recorrió lodo su ser. Pero en un rapto de reacción, se sintió capaz de rivalizar con Pachacamac. Ya el espíritu del mal lo había poseído completamente. Y se fue en bus­ca de las tres esencias. Mató la llama, extrajo de sus en­trañas el llampu, arrancó la huira ccoa y penetró a les grie­tas. Una vez en poder de las tres esencias volvió a hablar con Aucca.
—Aquí tengo las tres esencias. Quiero probar mi poder y deseo hacer un hombre. ¿Qué debo hacer?—le preguntó.
—Amasa las tres esencias y yo te daré mi fuego para que hagas el hombre.— Le respondió Aucca, ufano de haber inducido hacia el camino del mal a Usicayos para vengarse de Pachacamac.
Así lo hizo Usicayos. Y cuando las tres esencias amasadas iban a recibir el calor del fuego de Aucca y és­te iba a recobrar su libertad y su poder para rivalizar nue­vamente con Pachacamac, la madre tierra convulsionó sus entrañas y anunció lo que ocurría.
Pachacamac acudió presuroso y frustró los planes de Aucca. El hombre ficticio que iba hacer, aprovechándose de la audaz deslealtad de Usicayos, quedó invisible y desde entonces existe como la personificación del mal so­bre la tierra.
Luego se entabló una terrible lucha entre Pachaca­mac y Aucca. Pachacamac movilizó todas las fuerzas ce­lestiales y Aucca estalló en grandes alaridos de fuego, has­ta que nuevamente fue vencido y encerrado en las ígneas entrañas de la tierra. Y allí sigue enterrado.
A veces pretende salir por la boca de los volcanes. Pero cuando no hay hombre que se preste como Usica­yos a servirle de medio traidor al creador, desencadena de tanto en tanto su furia contra todos los seres vivientes, y es temido por éstos. 'Y Usicayos motejado por “Laicca”, vivió y murió repudiado por los hombres de la región.
Cuando la lucha hubo terminado, todos los seres celestiales lloraron de quebranto.
Las lágrimas de Pachacamac inundaron el occiden­te formando los mares y las gotas que quedaron en las cumbres se impregnaron en ellas, solidificándose en un me­tal blanco, la plata (Ccolque).
Y las lágrimas de su consorte, la luna inundaron el oriente, corriendo por las quiebras en caudalosos ríos, y, las gotas que quedaron en las alturas se impregnaron en ellas cristalizándose en un metal amarrillo: el oro (Ccori).
Desde entonces la región de los Andes occidenta­les guarda en su seno grandes yacimientos argentíferos; y los Andes orientales, tiene en sus entrañas inacabables bolsonadas auríferas.
Por eso, la región andina oriental fue llamada Ccori­huayacca apocopada en Ccorihuaya, región de las bolsona­das de oro, españolizada en Carabaya.


1 comentario:

  1. Esta leyenda, no me convence. es muy sarcastico para Usicayos.

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