Nos dicen ciertas gentes
que es incapaz el indio;
yo voy a contestarles
con este cuentecito.
Bajaba una mañana
un cantero rollizo,
repartiendo y lanzando
latigazos y gritos
sobre su infeliz tropa
de cargados borricos.
"¡Qué demonio de brutos!
¡Qué pachorra!... me indigno!
Los caballos son otros,
tienen viveza y brío;
pero a ésos no los mueve
ni el rigor más activo".
Así clamaba el hombre;
mas volviendo el hocico
el más martagón de ellos
en buena paz le dijo:
"¡Tras cuernos palos! ¡Vaya!
Nos tienes mal comidos,
siempre bajo la carga,
¿y exiges así el brío?
¿y con azote y palo
pretendes conducirnos?
¿y aun nos culpas de lerdos
estando en ti el motivo?
Con comida y sin carga,
como se ve el rocino,
aprendiéramos luego
sus corvetas y brincos;
pero mientras subsista
nuestro infeliz destino,
¡bestia el que se alentara!
Lluevan azotes, lindo;
sorna y cachaza, vamos,
para esto hemos nacido".
Un indio, si pudiera,
¿no dijera lo mismo?
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