Generalmente confiamos el cuidado de nuestros hijos pequeños a las empleadas y éstas suelen creer que cuidar consiste en oponerse a cuanto quiere el niño. Tal costumbre es un error, toda oposición genera formas de conducta irregular.
Un chiquillo de ojos negros, de cabellos aún más negros, de carita sonrosada, que sólo tendría un año de edad, se empeñaba en subir un montículo, en el parque de diversión.
La muchacha se encargaba de cuidar a la criatura, se esmeraba en controlar todos sus movimientos. Apenas el niño intentaba subir al montículo, la muchacha se lo impedía tantas veces la criatura se dirigía gateando hacia la cúspide, ella lo bajaba de un tirón.
El deseo de la criatura era cada vez más perseverante y la oposición de la muchacha, más violenta, hasta que se tornó en una especie de contienda.
La criatura lanzaba alaridos más que llanto cada vez que su cuidadora no le permitía subir al montículo. Gritaba, se retorcía y pataleaba. Ante tales reacciones la muchacha, le dio de palmazos en los glúteos; pero el chiquito insistía. No alcanzaba a entender por qué aquella mujer lo maltrataba, cuando solo quería subir a un bonito montículo cubierto de tupido grass.
En aquellas circunstancias se paseaba por allí un maestro y observó que entre la criatura que ansiaba escalar un montículo y la muchacha que lo cuidaba estaba resultando una lucha toturante para el niño.
El maestro intervino explicando que la realización de aquel deseo del niño no entrañaba peligro alguno, ya que el montículo no era ni elevado ni escabroso, de modo que en el supuesto caso de que se cayera sólo podía rodar un poco, sin lastimarse; y que ella para evitar que se cayera, en vez de oponerse a lo que intentaba hacer el niño, debía ayudarlo más bien.
La muchacha no obstante su noción primitiva de estas cosas, pareció entender al maestro y al fin dejó que la criatura hiciera lo que deseaba.
El chiquito se arrastró hacia arriba, resbaló varias veces y otras tantas volvió a insistir, hasta que por fin logró alcanzar la cima. Una vez arriba se empino sobre sus piernitas tambaleante, con una deliciosa sonrisa de triunfo. Acababa de realizar el primer acto heroico de su vida.
(Tomado de "Los Padres, los Niños y la Vida")
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