En la cultura andina se concibe la edad del amor. Sus personajes son el hualaycho y la linlicha, como Pierrot y Colombina de la civilización occidental. Por tanto, los nuevos seres, son fruto de románticos sentimientos, de amores profundos, humanos.
Foto:Claude Remacle
Se conocieron en las faenas de la matanza de ovejas de la hacienda, en las que hombres y mujeres trabajaban gratuitamente para el patrón. Él, a pesar de sus dieciocho años, era un joven apuesto y fornido; calzaba zapatos de suela gruesa con qarabotas hasta las ingles y llevaba el poncho terciado sobe el hombro, chal de alpaca y sombrero "a la pedrada". Ella era, con sus floridos quince carnavales, toda una mujer de pantorrillas bien torneadas, senos turgentes y ojos de venado; con su pollera verde, su rebozo amarillo y su sombrero de falda corta y volteada de copa redonda, inclinada sobre una de las sienes, lucía ladina, donairosa. Y los dos eran un auténtico hualaycho y una bellísima linlicha.
Un día pastaba el hato de ovejas en un pajonal de dorada chilligua, en la qamaña, cerco semicircular levantado sobre un monículo de la pampa tapizada de tupida grama y trébol, fragantes. Hilaba fina lana de alpaca para tejerse en phullo, manta pequeña con que se cubren las mujeres la espalda en el campo.
El sol iluminaba la puna desde el dombo azul del cielo y todas las cosas irradiaban majestad y silencio como en una gran escenario de teatro, exornado de agrestes bambalinas, los próximos picachos, con el telón de fondo cubierto de añejos nevados en el horizonte que se esfumaba en la lejanía.
De repente hizo su aparición sobre la próxima lomada, cubierta de ttolares verdinegros, uno de los personajes del idilio pastoril, montano sobre su caballo chojchi o farruto. Se empinó sobre la loma como un monumento ecuestre y pulsó su quirquincho, engarzado con cuerdas de tripas de carnero que tiene la magia de subyugar corazones, porque la sirena de un puquial transparente de aguas frescas, al "sirenarlo" o templarlo le transmitió ese enigmático poder, una medianoche de luna nueva,
Al oir las notas románticas del charango que parecían llorar y cantar al mismo tiempo, ella sintió que el corazón le daba vuelcos.
Después del preludio musical, el hualaycho extrajo del bolsillo de su chamarra un pequeño espejo, otro talismán conquistador de linlichas que siempre llevan los jóvenes y dirigió sus reflejos hacia donde se encontraba la suya. Ella no tardó en responder con el centelleo de otro espejo similar, compañero inseparable de las quinceañeras. Y la pareja resulto flechada.
Acto seguido él se dirigió a donde estaba ella, a galope tendido y pronto estuvo cerca. Desmontó a corta distancia y le arrojó una piedra, suavemente como quien no quiere hacerle daño. Ella se hizo la disimulada, pero al recibir la segunda pedrada le respondió con otra, arrojándola con gracia y coquetería. Ella se aproximó más y le habló con ternura, en su lengua materna, el aymara, mientras ella se incorporaba lentamente.
"Si me das el sí te voy a criar en la palma de mis manos. En la fiesta de la candelaria te comprare lindas polleras y bellos rebozos. Construiremos nuestras choza sobre las nubes".
Mientras el mozo hablaba, ella trazaba con el dedo grueso del pie derecho, un semicirculo en el suelo terroso, silenciosamente; era la señal de que el hualaycho había entrado en el corazón de linlicha. Y un idilio de entrañable ternura nacía en ese instante, en aquel inmenso escenario solitario y silente, donde los hombres blancos creen que los "indios" viven como bestias.
Cuento en "Niños del Altiplano" (1979) de José Portugal Catacora
Chilligua: paja
Chojjchi: caballo farruto
Hualaycho: jóven bohemio
Linlicha: joven graciosa
Phullu: manta para cubrir la espalda de la mujer
Qamaña: cerco semicircular donde se ubican los pastores
Tholar: yerba leñosa y resinosa
Quirquincho: charango con cuerpo de armadillo
Nesecitaba la lectura para hacer una infografía sobre el autor
ResponderEliminarHola, tal ves pueda hacernos conocer la infografia cuando la termine.saludos.
ResponderEliminarOuiojoij
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