Al amanecer del tercer día de celebración, la Antuca sintió los primeros dolorores del parto. Los padres y los presentes se alborotaron y fueron en busca de la partera del ayllu, la vieja Pituca que vivía como un ermitaño en una choza solitaria en lo alto del escarpado cerro. La encontraron en la puerta de su destartalada chosita, de paredes de piedra, por cuyos resquicios se filtraba el viento, el frío y hasta la lluvia y el polvo con su techo de totora que por el peso de los años se hundía como el lomo de un caballo viejo. Tenía por todo menaje un fogón hecho de tres piedras junto a él un cuero de oveja deslanado, un thanacu, especie de edredón hecho de ropas viejas, que era su cama. Estaba despiojando su polleras raídas y descoloridas y matando a los bichos con sus dientes.
Cuando requirieron su atención se aprestó con diligencia y partió sin hacerse repetir.
Una vez en la casa de la parturienta, pidió que le proporcionaran una botella de alcohol, abundante coca, un cuchillo filudo, qaito (hilo) torcido a la izquierda, un qara-qara (cuero) de oveja sin lana y una faja gruesa. Luego ordeno que mataran una gallina y que prepararan un caldo con ella.
A la parturienta le indicó que caminara hasta que sus energías lo permitieran y ésta se sometió pacientemente. Luego la echo sobre la cama de cúbito dorsal a horcajadas, la auscultó y la envolvió con la faja en la parte alta de la cintura como para presionar el descenso del bebé hacia la vagina. Para mitigar el dolor de la enferma bebieron el alcohol ambas, paciente y partera a grandes sorbos de la misma botella. Esta última mascó también grandes proporciones de coca y como alentando la enferma decía.
- ¡Todo va bien! ¡La coca está dulce! ¡La coca está dulce!.
En pocos minutos nació un bebé con el vientre abultado. La partera cogió al niño de los pies, cortó el cordón umbilical con el cuchillo, lo coloco como a un objeto cualquiera en el cuero seco y deslanado dedicando su atencion a la enferma. Y apenas hubo arrojad la placenta, ésta fue enterrada en el lado izquierdo de la puerta por ser varón el recién nacido, en un hoyo que cabo el padre con pico y pala. En seguida volvió a fajar a la parturienta por la cintura, según ella para que el vientre vuelva a su volumen normal Al final dispuso que tomara el caldo de gallina, mientras ella aprovechaba las presas de carne con muy buen apetito.
Recien después de todo, se dedicó a la criatura, le quito la sustancia grasosa que cubre el cuerpo de los recién nacidos, la que guardó cuidadosamente porque se dice que es medicina para ciertos males y baño a la criatura en agua de manzanilla, tibia.
Le proporcionaron gruesos y toscos pedazos de bayeta improvisadas de la ropa usada del padre y de la madre; con los cuales envolvió a la criatura, la fajó por todo lo largo de cuerpo y le puso un chullo o gorro grueso, colocando una belllota de lana negra sobre la coyuntura del occipital y el frontal a fin de que no entre el aire a la cabeza según dijo.
Y como el bebe empezara a llorar, tomó un poco de agua hervida le hechó unas flores de manzanilla y le arrojo un poco de azúcar y mojo el agua azucarada en un trapo y lo puso a la boca como chupón. Y el bebé se tranquilizó.
Que cruel es el mundo pensaría el bebé; pero ni más remedio que empezar a adaptarse a él, ya que el destino le deparará cuántos dolores más, como a toda su estirpe que sufría siglos de esclavitud.
Tomado de "Niños del Altiplano". José Portugal Catacora. Editorial Lima. 1976.
No hay comentarios:
Publicar un comentario