Aquella inolvidable tarde rodeamos a mi madre postrada con tifus, mal que había cogido como una sombra negra a toda Acora. Había en Platería un médico adventista, pero eramos católicos y sería un pecado acudir a los adventistas. Más bien vino el "qolliri" curandero, quien dijo que ya era tarde y no podía hacerse nada.
Pronto anocheció y mi mamá se durmió quejándose, hablando a medias, delirando. Cuando amaneció dejó de quejarse y todos nos levantamos apresuradamente.
-Llamen a la Gregorita- dijo mi madre con voz apagada.
Patio de la Casa de los Portugal Catacora en Acora |
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La hermana de mi padre, mi tía Eusebia, vino y nos llevó a su casa a mí y a Martín. Por la tarde de aquel día, Alejita y Graciela, nietas que criaba mi madre y que tendrían tres o cuatro años , se sentaron cerca a ella y cuando les preguntaron que hacían allí, dijeron "estamos esperando a que mi abuelita despierte".
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Apenas aclaró el nuevo día mi casa fue llenándose de mucha gente, todos eran campesinos. Al medio día todo el pueblo estaba repleto de hombres y mujeres del campo. Es que la heredad de los caciques Catacora no había sido olvidada por los pobladores de los 64 ayllus aymara que formaban el cacicazgo de Acora, hasta que con la guerra por la independencia los caciques fueron reemplazados por gobernadores.
Aquél día el féretro fue sacado de mi casa como a las diez de la mañana. De la mano de mi hermana Teodosia caminamos hacia la Iglesia San Juan, en la plaza del pueblo. Cuando llegamos los campesinos quisieron que se diga la misa de cuerpo presente, pero el cura se negó a abrir el templo. Entonces los campesinos quisieron abrirla a viva fuerza, pero mi padre y mi tío Raimundo intervinieron y no se abrió la iglesia y el ataúd fue llevado de frente al panteón que se fue llenando de campesinos, hombres y mujeres, que lloraban.
Un hecho que se grabó en mi mente es que todas las mujeres nos daban panes, con los cuales llenamos varias canastas. Aquello duró muy poco tiempo y al acabarse el pan sentimos realmente que eramos huérfanos. La orfandad es una de las formas de vida más dolorosas, sobre todo cuando es la madre la que se va camino del infinito.
Desde aquellos días habían transcurrido como cuatro meses. Cierto día íbamos yo y Martín a la hacienda Qalala, donde mi padre era administrador. Para llegar había que trasponer el cerro que cubre el pueblo de Acora, mi hermano se quedó en un lugar para arreglar la montura de su caballo y yo me adelanté, seguí cuesta arriba hasta que llegue a la cumbre, desde donde se puede contemplar gran parte del panorama del altiplano, incluso el vidrio del templo de la Virgen de Copacabana se refleja a esas altura.
Yo también me sentí cansado y me senté a esperar a mi hermano junto a una roca, donde me quede dormido. Pero, un sonido inexplicable me despertó, abrí los ojos y encontré a mi madre parada delante mío. Más cuando quise incorporarme para asirme a mi madre, todo se esfumó en la nada.
Así volvió su alma desde la otra vida como para decirme que siempre estaría junto a mi, toda la vida. Y desde entonces se convirtió para mí en una forma de diosa protectora. Su imagen de ese día vibra constantemente en mis pupilas y creo que por eso me he convertido en un hombre integro, respetable y respetuoso, porque mi madre nunca me abandonó.
(Extractos del Cuento "El Tifus" en el manuscrito "Relatos Tradicionales de Acora". Germana Catacora falleció en 1918, cuando José Portugal Catacora tenía 7 años).
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